Volkswagen era la empresa con el mayor presupuesto del mundo en I+D hasta 2017 (hoy lo es Amazon). Antes de la crisis de 2008, los líderes globales en I+D eran Toyota, Ford o Daimler. Ninguna de estas grandes empresas automovilísticas inventó las baterías eléctricas de Tesla, o los modelos de movilidad de Uber. Los campeones estaban enfocados en su negocio convencional, con sus tecnologías y normas de uso tradicionales, y perdieron de vista el futuro. ¿Por qué empresas excelentes obvian las grandes oportunidades disruptivas? Porque se concentran en explotar su modelo de negocio, y no desarrollan capacidades de exploración de ideas alternativas. Fracasan por disponer de una potente visión microscópica (enfocada sobre el núcleo de operaciones) sin visión telescópica periférica. Fallan por dejar numerosos puntos ciegos en su estrategia. Si el dilema explotación-exploración se hubiera resuelto, Tesla sería una división de Ford, IBM poseería Google, Sony habría creado Netflix y Nokia el iPhone. Paradójicamente, los directivos de éxito sucumben ante la innovación, precisamente por haber sido excelentes directivos en otras coordenadas espacio-temporales. Pero las claves de éxito del pasado jamás son garantía de pervivencia en el futuro.

Las empresas deben dotarse de sistemas de exploración. Sistemas que despertarán la respuesta inmunitaria de la vieja organización, que bloqueará cualquier idea alejada del núcleo. “De qué se trata, que me opongo”. La innovación tiene naturaleza de parásito organizativo: consume recursos sin garantizar retornos inmediatos. Escapa al férreo control del management financiero, que exige rentabilidades en el corto plazo. Responde a un dilema directivo y moral: sacrificar algo del presente para incrementar las probabilidades de supervivencia futura.

El llamado “emprendimiento corporativo” emerge como solución: extraer las ideas disruptivas, alejarlas del core business y ubicarlas en incubadoras, blindándolas de la vieja cultura de la empresa, para desarrollarlas como startups libres en el mercado. A veces es como incubar los huevos de la serpiente: ¿quién tiene el coraje de hacer crecer aquel modelo de negocio que va a substituirte? Pero mejor liderar controladamente ese proceso, que permitir que un audaz emprendedor, o un competidor, lo haga por ti. La vía complementaria, las alianzas o participaciones en startups externas, acelera los ciclos de innovación y genera oportunidades únicas: la asociación de Pfizer con la joven empresa biotecnológica alemana BioNTech ha dado lugar a la prometedora vacuna contra la Covid, en un oportuno ejercicio de innovación abierta.

La innovación surge por asociación de ideas o conocimientos disjuntos (en palabras de Steve Jobs: “connecting the dots”, conectar los puntos). Pero para ello, hay que acumular información, hay que tener “puntos” para ser conectados. No basta con recoger ideas de los empleados. Hay que detectar abundantes ideas externas para disparar procesos creativos. Como decía Peter Drucker, la innovación resulta de una búsqueda consciente y deliberada de oportunidades. Y hoy, la información es un recurso tan estratégico como infinito. ¿Hay sectores que no innovan? No: en un mundo de riqueza tecnológica y creativa, la innovación florece en todas partes. Cuando me preguntan ¿y yo por dónde empiezo? la respuesta es, ¿cuánto tiempo vas a dedicar? El primer paso es tiempo de búsqueda. Una simple consulta en Crunchbase (base de datos de startups) sobre empresas emergentes en turismo (un sector maduro, habitualmente poco relacionado con la innovación, y con necesidad de reinvención tras la pandemia), nos da un resultado (¡nada menos!) de 27.000 startups en todo el mundo, con modelos de negocio y tecnología disruptivas. Si yo fuera un directivo del sector, seguiría muy de cerca esas bases de datos.

Acabamos de sufrir un gran problema de innovación social: el sistema educativo, en su conjunto, se ha visto sometido a un cambio radical en sus condiciones de contorno. Nos vimos obligados a iniciar las clases escolares en medio de una pandemia descontrolada. ¿Cómo abordar ese nuevo escenario? La ciencia de la innovación nos hubiera aconsejado una metodología basada en la exploración sistemática y en el escalado rápido de las soluciones. Hubiéramos creado una serie de equipos multidisciplinares (no sólo de profesores y expertos educativos), sino también de outsiders (tecnólogos, diseñadores, emprendedores, psicólogos, arquitectos). Buscaríamos el mejor talento. Les hubiéramos exigido unos objetivos ambiciosos: por ejemplo, 10 ideas disruptivas por equipo, en un mes. Imaginemos 10 equipos multidisciplinares, trabajando en paralelo, con el objetivo de diseñar “el aula de la era Covid”. 100 ideas en 30 días. Empezaríamos con un análisis profundo de qué se había hecho en otros países (no hay que reinventar la rueda). Centraríamos el proceso en focos temáticos (entrada a la escuela, grupos burbuja, alternancia de educación on-line, distribución de espacios internos, reacción ante positivos…). De un trabajo cognitivo riguroso y sistemático, de creatividad y focalización (divergencia y convergencia), y de la combinación e integración final de las mejores ideas, diseñaríamos y validaríamos un prototipo de aula y protocolo educativo escalable a todo el sistema. Lo que no se busca, no se encuentra. Lo que no se experimenta, no se valida. Lo que no se mide, no se gestiona. Lo que no se aprende, no puede escalarse.

Explorar nuevas oportunidades en entornos de incertidumbre es como intentar salir de una habitación a oscuras. ¿Dónde está la salida? Jamás la hallaremos por planificación. No vemos nada. No podemos decir “tres pasos adelante, dos a la izquierda, allí está”. No lo sabemos. Sólo hay una estrategia para salir: experimentar. Avanzar, en una dirección cualquiera, hasta palpar la pared. Alguien consideraría un fracaso tocar la pared. No lo es: fracasamos como parte inevitable del proceso de aprendizaje. Sin tocar la pared repetidas veces, no obtendremos información estratégica para salir. Seguiremos tanteando, experimentando y creando progresivamente un mapa mental de la sala, hasta dar con la puerta. Éxito por experimentación. Así se hallan los océanos azules en innovación disruptiva. Así se aprende. Así se vive. Quien no experimenta, quien no arriesga, quien no busca la salida, está condenado a quedarse para siempre en su monótona y decadente oscuridad.

Post publicado originalmente en la web de Xavier Ferràs

(Foto: J. Wong)