La sociedad contemporánea se caracteriza por el cambio acelerado, por la desubicación de la experiencia, por la ambigüedad ligada a la incertidumbre, indican los profesores Michaela Kreyenfeld (Hertie School de Berlín, Alemania), Gunnar Andersson (Universidad de Estocolmo, Suecia) y Ariane Pailhé (Instituto Nacional de Estudios Demográficos de Francia). Además, como añaden, las estructuras de significado utilizadas para comprender el mundo en el que vivimos no son fijas, sino móviles. Los virus que más asustaban hasta el invierno de 2020 eran los informáticos, no la Covid-19.

Numerosas intervenciones humanas ya engendraban riesgos antes de la pandemia. Quien cree tenerlo todo no se entretiene con nada, señala Steven Miles en su libro Consumerism: As a way of life, todo un clásico que es periódicamente reeditado. El refinamiento tecnológico y la interrelación a escala global habían propiciado que estos peligros viajasen sobre redes y rutas que reclamaban constantemente nuevos recursos para ser controladas.


La prevención se había especializado al máximo: en la producción de bienes, en el suministro de servicios, en el consumo, en el sexo… La identificación y la evaluación de las amenazas dio lugar a múltiples perfiles profesionales que siguen operando tanto en el mundo físico y tangible como en el entorno digital y virtual, explican los investigadores R. Kelly Rainer, Thomas E. Marshall y Gina Montgomery, de la Universidad de Auburn (Estados Unidos) y Kenneth J. Knapp, del ejército norteamericano.

Hubo voces que alertaron de la obsolescencia de la estructura disciplinar del conocimiento, como Ulrich Beck, una súper estrella de la sociología. Pero el mercado tenía su propia lógica. Así que las promesas de seguridad y prosperidad con que se legitimaba la politización del conocimiento paradójicamente han desembocado en más riesgos.



La estructura de las sociedades modernas se articulaba desde el siglo XVIII en torno a los procesos de producción. El ideal era entonces la re/distribución de la riqueza. Las sucesivas revoluciones industriales y el desastre del coronavirus, que ha coincidido con la cuarta de estas transformaciones, han revelado que la cuestión clave es otra: la re/distribución del peligro. Cuando la cotidianeidad deja de ser aséptica, entra en escena el horror.

El futuro es el territorio de las posibilidades y, a falta de una herramienta de previsión más fiable, la probabilidad ha tomado el lugar de la frecuencia. Es decir, le puede tocar a usted: la enfermedad, el paro, el desahucio o tal vez algo peor. Todo eso da miedo, ¿verdad? La muerte, que estaba empezando a ser entendida como un accidente evitable, ha vuelto a ser vista como el destino irremediable. Lo acata la ciencia, lo reconocen las instituciones y las empresas y lo retransmiten los medios de comunicación y las redes sociales.

Foto Portada: Klaus Vedfelt / Getty Images

Artículo publicado en la web de la Vanguardia por Josep Lluis Micó