Los fondos europeos Next Generation UE (NGEU) son un instrumento fundamental para la modernización de nuestra economía y el progreso social, siempre que sepamos comprender su lógica económica y los utilicemos de forma eficiente y equitativa. Pero no hay que darlo por hecho. Puede ocurrir que una mala comprensión de su función económica o un uso sesgado puedan dar lugar a un aumento del desempleo estructural. 

Ya nos ocurrió con la reconversión industrial que provocó la crisis energética de los años setenta y con entrada en la UE en los ochenta. Una inadecuada estrategia de políticas nos trajeron el elevado desempleo estructural que arrastramos desde aquella etapa. Los fondos NGEU pueden volver a dejar desempleo estructural por dos motivos. El primero es no comprender que no son un instrumento de política de recuperación en sentido estricto, sino una palanca de inversión para la modernización económica. Sus impactos se apreciarán a medio y largo plazo. Pero necesitamos actuar también a corto. Una crisis pandémica, que impacta en la economía tanto desde la demanda como desde la oferta, requiere una estrategia de acción basada en tres R: resistir, recuperarse y reinventarse.

Para “resistir” necesitamos aumentar las ayudas públicas a la liquidez y al sostenimiento del empleo de las empresas más afectadas por los cierres y limitaciones de actividad. Para la “recuperación” se precisan inyecciones en vena mediante transferencias a las familias para sostener la demanda de consumo y la actividad económica. Para la “reinvención” necesitamos fondos públicos para invertir en nuevos procesos y productos. La función económica de los fondos NGEU está orientada a la tercera R, no a las dos primeras. Aunque las autoridades europeas y los Gobiernos hablan de ellos como si fuesen un instrumento de recuperación anticíclico, no es exactamente así. Son, fundamentalmente, para la modernización. Para resistir y recuperarnos se requieren ayudas directas a corto plazo.

El ejemplo es Estados Unidos. Su economía ha salido de la recesión y va como un tiro. La razón radica en el fuerte programa de ayudas de la Administración Trump y el anunciado por Joe Biden. Comparadas con estos programas, las ayudas directas europeas y nacionales son muy limitadas. De aquí que la europea sea una recuperación con el freno de mano puesto. Dada esta limitación, posiblemente la política europea que más impacto puede tener en la recuperación será la vacunación masiva. Si falla, nos abocamos a un aumento del desempleo estructural.

Pero aun cuando la recuperación sea rápida, la segunda causa de un posible aumento del desempleo estructural puede ser un uso segado de los fondos NGEU. El entusiasmo que veo en el mundo empresarial por la transición digital y verde puede hacer olvidar que el tercer gran objetivo de esos fondos es la creación de buenos empleos. Si la digitalización se utiliza para sustituir empleos por máquinas y no para mejorar la productividad de las personas, el resultado social será desastroso. Algo similar podría ocurrir con la transición verde si no se compensan sus impactos negativos sobre los más débiles. En ese caso, el populismo nacionalista autoritario tendría el terreno abonado.

¿Cómo evitar ese riesgo? Lo esencial es que todos los proyectos financiados con los fondos NGEU incorporen de forma explícita un objetivo de empleo. Los buenos empleos deben tener la misma prioridad que los objetivos de digitalización y medioambientales. Y ser controlados con el mismo grado de exigencia. La digitalización y la transición verde no traerán de forma automática mayor empleo. Al contrario. Hay que evitar que un uso segado de esos fondos incentive una digitalización orientada a sustituir empleo por máquinas y un ecologismo para ricos. Lo que necesitamos es una transición digital y verde que cree mejores empleos, para más gente y en más lugares del país.

A través de los dos grandes instrumentos de inversión —el Mecanismo de Recuperación y Resiliencia (MRR), con 59.168 millones de euros, y el React-EU, con 12.436 millones—, los fondos NGEU son una ocasión inesperada para construir un país con mayor cohesión económica, social y territorial. La exigencia europea de que los proyectos que presente el Gobierno español sean “proyectos de país” favorece este objetivo.

De vez en cuando los países se paran a examinar el camino seguido en el pasado y a repensar el futuro. Esos momentos acostumbran a coincidir con grandes crisis económicas. Estamos en uno de ellos. Utilizados como aquí apunto, los fondos europeos pueden ser el pilar para construir el nuevo contrato social que España necesita.

Artículo publicado originalmente en El País el 14 de febrero